jueves, 17 de abril de 2008

San Marcelino Champagnat

El Beato se mostró siempre fiel hijo de la Iglesia, animado por un gran respeto al Papa en quien veía al Cristo que continúa su misión en el mundo. Las encíclicas del Papa se leían de pie en comunidad, tal como se hace con la palabra de Dios. Creyó firmemente en la infalibilidad del Papa y fue totalmente ajeno a toda pretensión de galicanismo. Para expresar mejor su pensamiento usó frecuentemente esta comparación: “Así como la luz que ilumina la tierra nos viene del sol, así toda la luz que ilumina a los hombres en el orden sobrenatural nos viene de nuestro Santo Padre el Papa. El Papa es para el mundo moral lo que el sol para el mundo físico”.
El espíritu de sumisión a la Iglesia jerárquica se manifiesta también en relación con los Obispos: “¿Se puede temer cuando se es guiado y protegido por los sucesores de los Apóstoles, por aquellos que son la luz del mundo, las columnas de la verdad y la sal de la tierra? Los Obispos son nuestros padres, debemos considerarnos como sus hijos y darles en toda circunstancia muestras de profundo respeto y total sumisión”.
La actitud de Champagnat hacia los párrocos no era menos filial. Como fundador recomendaba a sus Hermanos ser muy conscientes de su tarea como “colaboradores de los pastores de la Iglesia” y vivir y actuar en perfecta comunión con ellos, porque la evangelización y la educación de los jóvenes pertenecen a la misión misma de la Iglesia. Así se comprende también la gran consideración que tenía hacia todos los constructores del Reino: “Deseo, queridos Hermanos, que la caridad que debe uniros como miembros del mismo cuerpo se extienda también a las demás Congregaciones. Os conjuro por la infinita caridad de Jesucristo que no envidiéis a nadie y menos aun a aquellos a quienes Dios llama a trabajar como vosotros, en el estado religioso, en la educación de los jóvenes. Sed los primeros en alegraros de sus éxitos y en entristeceros de sus desgracias. Encomendadlos frecuentemente a Dios y su Madre santísima. Dadles preferencia sin dificultad. No hagáis caso a los discursos contra ellos. La gloria de Dios y el honor de María sean vuestro único fin y vuestra única ambición” (Testamento Espiritual).
El Beato Champagnat puso su carisma al servicio de la Iglesia. Su anhelo evangelizador siempre tuvo dimensión universal, por eso lanzó a su Instituto a un apostolado sin fronteras: “Todas las diócesis del mundo entran en nuestras miras”. Su pensamiento dominante y el fin de toda su actividad fue que Dios fuese conocido y amado por todos, que pronto hubiera un solo rebaño con un solo pastor, no únicamente en la región donde el furor de la irreligión había imperado por largo tiempo, sino en todo el mundo. El deseo ardiente de las misiones “ad gentes” acompañó a Marcelino toda su vida y lo hubiera satisfecho si la obediencia no le hubiera pedido permanecer en Francia. En 1836 la Santa Sede encomendó a la Sociedad de María la evangelización de Oceanía e inauguró la expansión misionera del Instituto. Tres Hermanos fueron compañeros de San Pedro Luis Chanel, protomártir de Oceanía, y otros fueron enviados después.

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